A partir de mayo de 1920, la paulatina pacificación del país corrió paralela a la lenta pero irreversible centralización del poder y al fortalecimiento de ciertas instituciones establecidas en la nueva constitución –en particular en la presidencia- y a la atrofia de otras, como el municipio libre. Con ritmo desigual, la producción volvió a crecer y el proceso de modernización económica, detenido abruptamente por la Revolución al finalizar 1910, recupero su vitalidad, aunque al principio de los años treinta la Gran Depresión Mundial se dejo sentir en México y las dificultades económicas reaparecieron temporalmente.
Desde la perspectiva política, la época fue dominada por dos generales
sonorenses -Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calle- y su circulo de políticos norteños,
militares y civiles. La reforma social se aceleró, pero son convertirse en la
prioridad del grupo gobernante. En efecto, cuando en 1935 el grupo sonorense
fue obligado a dejar su lugar privilegiado a otro –el encabezado por el general
michoacano Lázaro Cárdenas-, aun el latifundio dominaba la vida rural y el
capital extranjero controlaba la producción y exportación de materias primas.
Los revolucionarios norteños, tras varias crisis en su relación con el poderoso
vecino del norte, en 1927 llegaron a un acuerdo de fondo con los Estados unidos
y entonces el mundo externo dejo de ser una amenaza y se transformo en un sostén
de la recién estrenada estabilidad mexicana. En 1929 y a raíz del asesinato, el
año anterior, del presidente electo –relecto-, Obregón, surgió lo que terminaría
por ser un poderoso partido oficial –el Partido Nacional Revolucionario (PNR)-
que acapararía todos los puestos de elección y que volvería a hacer de las
elecciones una mera formalidad. Finalmente, entonces la Iglesia católica perdió
aun mas terreno por el fracaso militar de la rebelión de los “cristeros” entre
1926 y 1929
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